UN SALUDO DE PAZ Y BIEN A MIS HERMANAS CLARISAS DEL MUNDO. DE UN HERMANO VUESTRO: Fr Julio Ch. OFM.
11 DE AGOSTO DEL 2014
“Yo, Clara, sierva de Cristo, pequeña planta de nuestro
Padre Francisco os manifiesto: Que, tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida,
ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes
espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá
separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor”
(Rm 8,38-39).
CLARA DE ASIS: Nació en Asís en el año 1193
Fue conciudadana, contemporánea y discípula de San Francisco
y quiso seguir el camino de austeridad señalado por él a pesar de la durísima
oposición familiar.
Si retrocedemos en la historia, vemos a la puerta de la
iglesia de Santa María de los Ángeles (llamada también de la Porciúncula),
distante un kilómetro y medio de la ciudad de Asís, a Clara Favarone, joven de
dieciocho años, perteneciente a la familia del opulento conde de Sasso Rosso.
En la noche del domingo de ramos, Clara había abandonado su
casa, el palacio de sus padres, y estaba allí, en la iglesia de Santa María de
los Ángeles. La aguardaban san Francisco y varios sacerdotes, con cirios
encendidos, entonando el Veni Creátor Spíritus.
Dentro del templo, Clara cambia su ropa de terciopelo y brocado
por el hábito que recibe de las manos de Francisco, que corta sus hermosas
trenzas rubias y cubre la cabeza de la joven con un velo negro. A la mañana
siguiente, familiares y amigos invaden el templo. Ruegan y amenazan. Piensan
que la joven debería regresar a la casa paterna. Grita y se lamenta el padre.
La madre llora y exclama: "Está embrujada". Era el 18 de marzo de
1212.
Cuando Francisco de Asís abandonó la casa de su padre, el
rico comerciante Bernardone, Clara era una niña de once años. Siguió paso a
paso esa vida de renunciamiento y amor al prójimo. Y con esa admiración fue
creciendo el deseo de imitarlo.
Clara despertó la vocación de su hermana Inés y, con otras
dieciséis jóvenes parientas, se dispuso a fundar una comunidad.
La hija de Favarone, caballero feudal de Asís, daba el
ejemplo en todo. Cuidaba a los enfermos en los hospitales; dentro del convento
realizaba los más humildes quehaceres. Pedía limosnas, pues esa era una de las
normas de la institución. Las monjas debían vivir dependientes de la
providencia divina: la limosna y el trabajo.
Corrieron los años. En el estío de 1253, en la iglesia de
San Damián de Asís, el papa Inocencio IV la visitó en su lecho de muerte.
Unidas las manos, tuvo fuerzas para pedirle su bendición, con la indulgencia
plenaria. El Papa contestó, sollozando: "Quiera Dios, hija mía, que no
necesite yo más que tú de la misericordia divina".
Lloran las monjas la agonía de Clara. Todo es silencio. Sólo
un murmullo brota de los labios de la santa.
- Oh Señor, te alabo, te glorifico, por haberme creado.
Y expiró. Era el 11 de agosto de 1253. Fue canonizada dos
años más tarde, el 15 de agosto de 1255, por el papa Alejandro IV, quien en la
bula correspondiente declaró que ella "fue alto candelabro de
santidad", a cuya luz "acudieron y acuden muchas vírgenes para
encender sus lámparas".
Santa Clara fundó la Orden de Damas Pobres de San Damián,
llamadas vulgarmente Clarisas, rama femenina de los franciscanos, a la que
gobernó con fidelidad exquisita al espíritu franciscano hasta su muerte y desde
hace siete siglos reposa en la iglesia de las clarisas de Asís.
De ella dijo su biógrafo Tomás Celano: "Clara por su
nombre; más clara por su vida; clarísima por su muerte".
BENDICIÓN DE SANTA CLARA
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
El Señor os bendiga y os guarde. Os muestre su faz y tenga
misericordia de vosotras. Vuelva su rostro a vosotras y os dé la paz (Núm
6,24-26), a vosotras, hermanas e hijas mías, y a todas las otras que han de
venir y permanecer en vuestra comunidad, y a todas las demás, tanto presentes
como futuras, que perseveren hasta el fin en todos los otros monasterios de
Damas Pobres.
Yo, Clara, sierva de Cristo, plantita de nuestro muy
bienaventurado padre san Francisco, hermana y madre vuestra y de las demás hermanas
pobres, aunque indigna, ruego a nuestro Señor Jesucristo, por su misericordia y
por la intercesión de su santísima Madre santa María, y del bienaventurado
Miguel arcángel y de todos los santos ángeles de Dios, de nuestro
bienaventurado padre Francisco y de todos los santos y santas, que el mismo
Padre celestial os dé y os confirme ésta su santísima bendición en el cielo y en
la tierra (Gén 27,28): 9en la tierra, multiplicándoos en su gracia y en sus
virtudes entre sus siervos y siervas en su Iglesia militante; y en el cielo,
exaltándoos y glorificándoos en la Iglesia triunfante entre sus santos y
santas.
Os bendigo en vida mía y después de mi muerte, como puedo y
más de lo que puedo, con todas las bendiciones con las que el Padre de las misericordias
(2 Cor 1,3) ha bendecido y bendecirá a sus hijos e hijas en el cielo (Ef 1,3) y
en la tierra, 13y con las que el padre y la madre espiritual ha bendecido y
bendecirá a sus hijos e hijas espirituales. Amén.
Sed siempre amantes de Dios y de vuestras almas y de todas
vuestras hermanas, 15y sed siempre solícitas en observar lo que habéis
prometido al Señor.
El Señor esté siempre con vosotras (2 Cor 13,11), y ojalá
que vosotras estéis siempre con Él (Jn 12,26; 1 Tes 4,17). Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario