martes, 16 de diciembre de 2014

LA ORATORIA

LA ORATORIA

La oratoria es el arte de hablar elocuentemente, de persuadir y mover el ánimo mediante la palabra. Timón, un antiguo autor griego, dijo que la elocuencia es la habilidad de conmover y convencer. Aquí usamos el término oratoria en su acepción y uso más amplio, no meramente el de hablar ante grandes auditorios, sino estableciéndolo como sinónimo de expresión oral de una persona.

La importancia de la oratoria

Entre los grandes jefes que condujeron pueblos o dejaron su impronta en la historia de la humanidad, ha habido algunos ciegos y algunos sordos; pero nunca un mudo. Saber algo no es idéntico a saber decirlo. Esta es la importancia de la comunicación oral.

En los negocios o cualquier otra actividad de interrelación, la forma en que hablemos, en que nos comuniquemos, será el patrón por el cual se nos juzgará, se nos aceptará o rechazará.

Hablar con orden, con claridad, con entusiasmo, con persuasión; en resumidas cuentas, con eficacia, no es un lujo sino una necesidad. El 90% de nuestra vida de relación consiste en hablar o escuchar;  sólo  el 10% en leer o escribir.

Si  la imagen que usted quiere dar  de  sí  mismo/a  es  la de una persona que sabe adónde va, que tiene una actitud positiva hacia la vida, ideas dinámicas y don de gentes, el lenguaje es el principal instrumento que deberá utilizar para transmitir esa imagen a quienes le rodean.
Otro aspecto importante de la oratoria es que  también hay que saber hablar para ser escuchado. Lo notable es que el hecho de tener que hablar ante extraños, o en una simple reunión de trabajo, no parece ser una tarea sencilla, a la que la mayoría de las personas considere como fácil.

En una encuesta realizada en los Estados Unidos, investigando las diez cosas que más temor le producen a la gente, se obtuvo el siguiente resultado (en orden ascendente): los perros, la soledad, el avión, la muerte, la enfermedad, las aguas profundas, los problemas económicos, los insectos, las sabandijas, las alturas y, el primero de la lista, hablar en público.

El buen discurso es un medio de servicio para los semejantes, y es una tarea ardua.
Hay que reconocer que quien dice un discurso asume una gran responsabilidad. Al margen de otros aspectos, conviene tener presente que una perorata de 30 minutos ante 200 personas desperdicia sólo 30 minutos del tiempo del orador; en cambio, arruina 100 horas de sus oyentes –o sea, más de cuatro días–, lo cual debería generar más responsabilidad que la que usualmente se advierte.

Tres clases de discursos
Se considera que hay tres tipos diferentes de discursos, según su finalidad:
  1. Discursos destinados a informar.
  2. Discursos destinados a la acción.
  3. Discursos destinados a entretener.
... y tres clases de oradores
Hay tres clases de oradores: aquellos a quienes se escucha; aquellos a quienes no se puede escuchar; y aquellos a quienes no se puede dejar escuchar.

Las tres partes básicas de un discurso
  1. Introducción o Presentación
  2. Desarrollo del tema
  3. Conclusión (parte en que se "remacha" el objetivo y se lo deja perfectamente fijado).
Dramatizar lo que se comunica
Dramatizar algo es darle acción. Y eso puede hacerse de distintos modos. Se puede dramatizar mediante el uso de un diálogo, imaginario o real (con el público o un interlocutor). También haciendo una cita de alguna figura muy famosa, o efectuando una narración, o dando un ejemplo personal, mostrando un objeto, formulando una pregunta impresionante, o realizando una afirmación sorprendente...
La dramatización, como otros recursos, está dirigida a despertar la curiosidad del público.

Características de la voz
  • El tono: suave, duro, dulce, seco, autoritario, etc.
  • La altura: grado entre agudo y grave. El primero suele asociarse con un estado de agitación o alteración, el segundo con climas de mesura y afecto.
  • El ritmo: la velocidad con la que nos expresamos.
  • El volumen: con él demostramos si permanecemos tranquilos y controlados o hemos perdido la serenidad.
  • Evitar la monotonía. La inflexión inadecuada al comenzar o terminar una frase.
El modo de hablar
El modo de hablar incluye el tono, la enunciación, la pronunciación, el volumen y la corrección de las palabras que se usan. También influyen el aplomo con el que hablamos, el control que tenemos de nuestros ademanes, y el contacto ocular que mantenemos con los interlocutores o el público.

La preparación

“Todo discurso bien preparado está ya pronunciado en sus nueve décimas partes”(Dale Carnegie)

Si se quiere hablar bien hay que pagar el precio debido. Hay que trabajar, pensar y practicar.

Nadie ha encontrado nunca un sustituto satisfactorio para la inteligencia, ni para la preparación.

“Si tengo que dirigir un discurso de dos horas, empleo diez minutos en su preparación. Si se trata de un discurso de diez minutos, entonces me lleva dos horas...”. Así se expresaba nada menos que Winston Churchill.

Además del qué se dirá, es enorme la importancia del cómo habrá de decirse. Y aquí interviene lo más importante que puede esgrimirse en un diálogo o un discurso: el arte de interesar. En la preparación de una clase o discurso hay que dar mucho más tiempo a buscar medios de suscitar el interés que el que se dio al estudio del tema.

La buena preparación también aumenta la claridad de nuestro pensamiento y de nuestra expresión. Recordemos el viejo aforismo que dice: “Si la fuente nace turbia, no irán claros los arroyos”.
Las pausas

Considere el uso de la pausa como un arma de gran importancia en el arsenal que representa el dominio del ritmo. El espacio entre palabras, frases o pensamientos, no se debe “emborronar” con sonidos tan desagradables como "eee...". Utilizar "eee..." o "mmm...", es humano; pero utilizar la pausa, desnuda de todo sonido, es divino.

El elemento más difícil, de mayor utilidad y menos apreciado en el arte de la oratoria, es el silencio. La pausa correctamente medida, demuestra confianza y reflexión. A la inversa: los presentadores de cualquier medio que se despachan con demasiada velocidad, llegarán los últimos.

Las pausas son un excelente recurso para enfatizar. Permiten también mantener y controlar la atención.

Algunos consejos a tener en cuenta
  • No distraiga al auditorio con algún detalle de atuendo, o al jugar con algún objeto.
  • No diga absolutamente todo lo que se sabe, para permitir al público hacer preguntas y participar.
  • En una conversación múltiple, ligar lo que se va a decir con lo último que se dijo.
  • No olvide que la articulación o pronunciación es de capital importancia. Si advierte dificultades en esto, procure escucharse en una cinta para precisar sus defectos.
  • Tenga cuidado con las muletillas, los términos de relleno trillados, las expresiones restrictivas o negativas ("puede que no esté de acuerdo conmigo", "puede que no sea lo que usted esperaba", etc.).
  • El mejor lenguaje es el directo y afirmativo. También el coloquial.
  • Use un estilo inclusivo, haciendo participar al o a los interlocutores.
  • Si es de su conocimiento, vincule el tema del que va a hablar con aquello por lo que los oyentes sienten mayor interés.
Hacer pensar y hacer sentir

Todos nosotros emitimos una aureola, aura o halo, impregnado con la verdadera esencia nuestra; las personas sensibles lo conocen; también lo producen nuestros perros y otros animales domésticos. Algunos de nosotros somos magnéticos, otros no. Algunos de nosotros somos ardorosos, activos, atractivos, inspiramos amor y amistad, mientras otros son fríos, razonadores, intelectuales, pero no magnéticos. Que un hombre sabio de este último tipo se dirija al público y éste no tardará en cansarse de su discurso intelectual, y manifestará síntomas de sueño. Les hablará, pero no los interesará; los hará pensar, pero no sentir, y pensar es lo más fastidioso para la mayoría de las personas, y pocos son los oradores que triunfan haciendo pensar únicamente a las personas, pues lo que necesitan es que los hagan sentir.

La gente paga con liberalidad a los que les hacen sentir o reír, mientras que es avara con quien, aunque sea para instruirla, la hace pensar.

Poned frente a un sabio del tipo mencionado a un hombre de mediana cultura, pero amable, dulce y meloso, sin la décima parte de la lógica y erudición del otro; sin embargo éste se adueñará con facilidad de su auditorio y todos esperarán con avidez a que broten las palabras de sus labios. Las razones son claras y palpables. Es el corazón contra la cabeza; el alma contra la lógica; y el alma es lo que siempre prevalecerá.

Expréses siempre en forma positiva
El Dr. Herbert Clark, psicólogo de la Universidad John Hopkins, hizo el sorprendente descubrimiento de que a una persona común le lleva un 48 por ciento más de tiempo comprender una frase en forma negativa que en forma positiva. Por lo tanto, se confirma científicamente algo que se sabía en forma empírica: la más eficaz comunicación consiste en hacer afirmaciones positivas.
Visto esto, comenzar una exposición siempre con frases positivas. Y si es necesario dar un mensaje negativo a una persona, para amortiguar su impacto rodearlo con frases positivas.

El valor del silencio

Un escritor chino, Kung Tingan, dijo: "El sabio no habla, los talentosos hablan, y los estúpidos discuten".

lunes, 11 de agosto de 2014

11 de Agosto del 2014


UN SALUDO DE PAZ Y BIEN A MIS HERMANAS CLARISAS DEL MUNDO. DE UN HERMANO VUESTRO: Fr Julio Ch. OFM.

11 DE AGOSTO DEL 2014

“Yo, Clara, sierva de Cristo, pequeña planta de nuestro Padre Francisco os manifiesto: Que, tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8,38-39).

CLARA DE ASIS: Nació en Asís en el año 1193

Fue conciudadana, contemporánea y discípula de San Francisco y quiso seguir el camino de austeridad señalado por él a pesar de la durísima oposición familiar.

Si retrocedemos en la historia, vemos a la puerta de la iglesia de Santa María de los Ángeles (llamada también de la Porciúncula), distante un kilómetro y medio de la ciudad de Asís, a Clara Favarone, joven de dieciocho años, perteneciente a la familia del opulento conde de Sasso Rosso.

En la noche del domingo de ramos, Clara había abandonado su casa, el palacio de sus padres, y estaba allí, en la iglesia de Santa María de los Ángeles. La aguardaban san Francisco y varios sacerdotes, con cirios encendidos, entonando el Veni Creátor Spíritus.

Dentro del templo, Clara cambia su ropa de terciopelo y brocado por el hábito que recibe de las manos de Francisco, que corta sus hermosas trenzas rubias y cubre la cabeza de la joven con un velo negro. A la mañana siguiente, familiares y amigos invaden el templo. Ruegan y amenazan. Piensan que la joven debería regresar a la casa paterna. Grita y se lamenta el padre. La madre llora y exclama: "Está embrujada". Era el 18 de marzo de 1212.

Cuando Francisco de Asís abandonó la casa de su padre, el rico comerciante Bernardone, Clara era una niña de once años. Siguió paso a paso esa vida de renunciamiento y amor al prójimo. Y con esa admiración fue creciendo el deseo de imitarlo.

Clara despertó la vocación de su hermana Inés y, con otras dieciséis jóvenes parientas, se dispuso a fundar una comunidad.

La hija de Favarone, caballero feudal de Asís, daba el ejemplo en todo. Cuidaba a los enfermos en los hospitales; dentro del convento realizaba los más humildes quehaceres. Pedía limosnas, pues esa era una de las normas de la institución. Las monjas debían vivir dependientes de la providencia divina: la limosna y el trabajo.

Corrieron los años. En el estío de 1253, en la iglesia de San Damián de Asís, el papa Inocencio IV la visitó en su lecho de muerte. Unidas las manos, tuvo fuerzas para pedirle su bendición, con la indulgencia plenaria. El Papa contestó, sollozando: "Quiera Dios, hija mía, que no necesite yo más que tú de la misericordia divina".

Lloran las monjas la agonía de Clara. Todo es silencio. Sólo un murmullo brota de los labios de la santa.

- Oh Señor, te alabo, te glorifico, por haberme creado.
 Una de las monjas le preguntó:
 - ¿Con quién hablas?
 Ella contestó recitando el salmo.
 - Preciosa es en presencia del Señor la muerte de sus santos.

Y expiró. Era el 11 de agosto de 1253. Fue canonizada dos años más tarde, el 15 de agosto de 1255, por el papa Alejandro IV, quien en la bula correspondiente declaró que ella "fue alto candelabro de santidad", a cuya luz "acudieron y acuden muchas vírgenes para encender sus lámparas".

Santa Clara fundó la Orden de Damas Pobres de San Damián, llamadas vulgarmente Clarisas, rama femenina de los franciscanos, a la que gobernó con fidelidad exquisita al espíritu franciscano hasta su muerte y desde hace siete siglos reposa en la iglesia de las clarisas de Asís.

De ella dijo su biógrafo Tomás Celano: "Clara por su nombre; más clara por su vida; clarísima por su muerte".

BENDICIÓN DE SANTA CLARA

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

El Señor os bendiga y os guarde. Os muestre su faz y tenga misericordia de vosotras. Vuelva su rostro a vosotras y os dé la paz (Núm 6,24-26), a vosotras, hermanas e hijas mías, y a todas las otras que han de venir y permanecer en vuestra comunidad, y a todas las demás, tanto presentes como futuras, que perseveren hasta el fin en todos los otros monasterios de Damas Pobres.

Yo, Clara, sierva de Cristo, plantita de nuestro muy bienaventurado padre san Francisco, hermana y madre vuestra y de las demás hermanas pobres, aunque indigna, ruego a nuestro Señor Jesucristo, por su misericordia y por la intercesión de su santísima Madre santa María, y del bienaventurado Miguel arcángel y de todos los santos ángeles de Dios, de nuestro bienaventurado padre Francisco y de todos los santos y santas, que el mismo Padre celestial os dé y os confirme ésta su santísima bendición en el cielo y en la tierra (Gén 27,28): 9en la tierra, multiplicándoos en su gracia y en sus virtudes entre sus siervos y siervas en su Iglesia militante; y en el cielo, exaltándoos y glorificándoos en la Iglesia triunfante entre sus santos y santas.

Os bendigo en vida mía y después de mi muerte, como puedo y más de lo que puedo, con todas las bendiciones con las que el Padre de las misericordias (2 Cor 1,3) ha bendecido y bendecirá a sus hijos e hijas en el cielo (Ef 1,3) y en la tierra, 13y con las que el padre y la madre espiritual ha bendecido y bendecirá a sus hijos e hijas espirituales. Amén.

Sed siempre amantes de Dios y de vuestras almas y de todas vuestras hermanas, 15y sed siempre solícitas en observar lo que habéis prometido al Señor.


El Señor esté siempre con vosotras (2 Cor 13,11), y ojalá que vosotras estéis siempre con Él (Jn 12,26; 1 Tes 4,17). Amén.

sábado, 21 de diciembre de 2013

FELIZ NAVIDAD Y UN PROSPERO AÑO NUEVO




IV DOMINGO DE ADVIENTO A (22 de diciembre del 2013)

Evangelio según San Mateo 1,18-24.

Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no han vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.

Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados».

Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: "La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel", que traducido significa: «Dios con nosotros». Al despertar, José hizo lo que el Angel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Queridos amigos en el Señor Paz y bien.

 La Encarnación de Jesús no estuvo carente de problemas y dificultades humanas. A nosotros todo nos parece todo fácil. El Ángel anuncia a María. María acepta, pero ahora vienen los líos con José su esposo. Sorpresivamente, José se da cuenta de que María está embarazada, es consciente que él no ha convivido con ella. Por lógica humana uno solo puede pensar en un adulterio, José no quiere pensar eso de María, la conoce muy bien, pero tampoco puede negar la realidad lo que sus ojos están viendo.

¿Se dan cuenta del problema que se ganó José?  ¿Quieren ustedes ponerse en una situación similar? Ponte que tú como novio, estas en la víspera de contraer el matrimonio y que precisamente ahí te sorprendes que tu novia a quien tanto has amado te sale con el cuento que ya está embarazada y el hijo no es precisamente para ti. ¿Qué actitud tomarías como novio? O que tú como novia estas a punto de casarte y que tu novio en las vísperas te sale con el cuento que ya espera un hijo y no es contigo sino con tu amiga. ¿Irías aun en tales circunstancias alegremente al altar con tu pareja? Pues, José esta exactamente envuelto en este lío. “José, su esposo, que era un hombre justo no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto” (Mt 1,19).

Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados” (Mt 1,20-21) ¿Cree alguien que es fácil entender y creer en ello cuando todos sabemos cómo se hacen los hijos y cómo vienen los hijos al mundo?

Sin embargo, José al igual que antes María: El Ángel le dijo: “No tengas miedo María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre,  reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin”. María dijo al Ángel: “¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?”. El Ángel le respondió: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,31-35). Ahora José cree y se fía de la Palabra del Ángel (Mt 1,20-21). María creyó sin entender, José también cree sin entender nada. Aquí todo se mueve en el plano de la Palabra y de la fe en la Palabra de Dios.

¿Hoy, alguien cree ya en la Palabra? ¿Tú te fiarías de la palabra de tu esposa o de tu hija? Aquí no hay documentos firmados. No hay documentos notariales que atestigüen la veracidad de la palabra del Ángel; sin embargo, aquí hay dos testigos de fe: María y José que creyeron sin ver, creyeron en la Palabra de Dios, se fiaron de la Palabra de Dios sin exigir ni firmas ni pruebas. María dijo al Ángel: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). José obedeció a la palabra del Ángel y “se llevó a casa a su mujer” (Mt 1,24). Misterio de la palabra. Misterio de la fe. Creer fiándose sencillamente de la Palabra de Dios, eso no hace cualquiera sino obedece al poder de la fe como obra de Dios.

Hay una figura en la Navidad que solemos destacar relativamente poco, es la figura de José. Sí, le ponemos de rodillas delante del Niño y poquito más. Sin embargo, es una de las figuras centrales de la Navidad. Hay tres figuras que llenan todo el cuadro: El Niño, María y José, la sagrada familia. José era bien bueno, era todo un hombre de Dios, era todo un hombre de fe; sin embargo, pareciera que “Dios se la hizo”. ¿Se dan cuenta del lío en que le metió María? Mejor dicho, el lío en que le metió Dios.

La lógica humana buscaría que en la anunciación debieron estar presentes los dos tanto la Virgen como José y Dios se hubiera ahorrado líos. Pero el Ángel se le aparece solo a María, no a José. La Anunciación de la Encarnación es para María, y nadie cuenta y piensa en José. Pero la cosa no podía ocultarse por mucho tiempo. Hasta que, un día, percibe la realidad de su esposa María “embarazada”. ¿Cómo explicarlo? ¿Cómo entenderlo? ¿Qué hacer? Todo un momento de angustia, de dudas, de incertidumbres encontradas. Sería el momento de hacer el escándalo madre en Nazaret. ¡Qué talla de hombre! ¡Qué talla de alma! ¡Qué talla de fe! Pero el sufrimiento nadie se lo podía quitar. ¡Y vaya si era bueno! ¿Por qué le tenía que pasar esto a José? No resulta fácil pasar por esa prueba de fe por la que pasa José y guarda silencio. Todo lo medita en su ser interior.

Cuando el Ángel le revela la verdad de lo que ha sucedido, la mente de José se doblega. El corazón de José se aviva y la serenidad cubre la fama de María delante del pueblo. ¿Te imaginas a todas las mujeres de Nazaret viéndola a María como una adúltera? Pues, veamos una escena de adulterio:

“Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?». Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: «El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra». E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?». Ella le respondió: “Nadie, Señor». «Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante” (Jn 8,3-11). José quiso evitar este escándalo para su esposa María por eso dice: “José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto” (Mt 1,19). Pero, Dios corrige a José: “Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados” (Mt 1,20-21).

Dios tiene una manera de hacer las cosas que desconcierta a cualquiera. La Navidad comenzó en Nazaret con todo un problema entre José y María. ¿Se merecían esto? Algo que no corre en nuestra lógica, pero corre maravillosamente en la lógica de la fe, que es la lógica de Dios. Los caminos de Dios nunca son fáciles, pero terminan siendo maravillosos. Ese es el camino de cada uno de nosotros hacia la Navidad. De la oscuridad de la fe, a la claridad de la fe.

San Pablo al respecto dice: “Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos. Y la prueba de que ustedes son hijos, es que Dios infundió en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo» ¡Abba!, es decir, ¡Padre! (Gal 4.4-6). O como el profeta dice: “Dios puso su morada entre los hombres” (Ez 37,27). O como mismo Juan dice. “La palabra de Dios se hizo hombre y habito entre nosotros” (Jn 1,14).

La encarnación del hijo de Dos es el despliegue del amor hacia nosotros y con razón dice San Juan: “Tanto amó Dios tanto al mundo, que envió a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16). Escena que el profeta lo resume con una idea maravillosa: "Aquí la señal que Dios da: La Virgen está embarazada y da a luz un hijo y le, ponen el nombre de Enmanuel que significa Dios-con-nosotros" (Is 7,14). Lo que quiere decir que Él se hizo lo que nosotros somos porque esta con nosotros, y para que nosotros seamos lo que Él es.

EL PRIMER PESEBRE LO EDIFICÓ SAN FRANCISCO DE ASÍS EN 1223

                   
                        LA NAVIDAD DE GRECCIO
              CELEBRADA POR SAN FRANCISCO (1223)

                                    Relato de Tomás de Celano (1 Cel 84-87)

Digno de recuerdo y de celebrarlo con piadosa memoria es lo que hizo Francisco tres años antes de su gloriosa muerte, cerca de Greccio, el día de la natividad de nuestro Señor Jesucristo. Vivía en aquella comarca un hombre, de nombre Juan, de buena fama y de mejor tenor de vida, a quien el bienaventurado Francisco amaba con amor singular, pues, siendo de noble familia y muy honorable, despreciaba la nobleza de la sangre y aspiraba a la nobleza del espíritu. Unos quince días antes de la navidad del Señor, el bienaventurado Francisco le llamó, como solía hacerlo con frecuencia, y le dijo: «Si quieres que celebremos en Greccio esta fiesta del Señor, date prisa en ir allá y prepara prontamente lo que te voy a indicar. Deseo celebrar la memoria del niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno». En oyendo esto el hombre bueno y fiel, corrió presto y preparó en el lugar señalado cuanto el Santo le había indicado.

Llegó el día, día de alegría, de exultación. Se citó a hermanos de muchos lugares; hombres y mujeres de la comarca, rebosando de gozo, prepararon, según sus posibilidades, cirios y teas para iluminar aquella noche que, con su estrella centelleante, iluminó todos los días y años. Llegó, en fin, el santo de Dios y, viendo que todas las cosas estaban dispuestas, las contempló y se alegró. Se prepara el pesebre, se trae el heno y se colocan el buey y el asno. Allí la simplicidad recibe honor, la pobreza es ensalzada, se valora la humildad, y Greccio se convierte en una nueva Belén. La noche resplandece como el día, noche placentera para los hombres y para los animales. Llega la gente, y, ante el nuevo misterio, saborean nuevos gozos. La selva resuena de voces y las rocas responden a los himnos de júbilo. Cantan los hermanos las alabanzas del Señor y toda la noche transcurre entre cantos de alegría. El santo de Dios está de pie ante el pesebre, desbordándose en suspiros, traspasado de piedad, derretido en inefable gozo. Se celebra el rito solemne de la misa sobre el pesebre y el sacerdote goza de singular consolación.

El santo de Dios viste los ornamentos de diácono, pues lo era, y con voz sonora canta el santo evangelio. Su voz potente y dulce, su voz clara y bien timbrada, invita a todos a los premios supremos. Luego predica al pueblo que asiste, y tanto al hablar del nacimiento del Rey pobre como de la pequeña ciudad de Belén dice palabras que vierten miel. Muchas veces, al querer mencionar a Cristo Jesús, encendido en amor, le dice «el Niño de Bethleem», y, pronunciando «Bethleem» como oveja que bala, su boca se llena de voz; más aún, de tierna afección. Cuando le llamaba «niño de Bethleem» o «Jesús», se pasaba la lengua por los labios como si gustara y saboreara en su paladar la dulzura de estas palabras.

Se multiplicaban allí los dones del Omnipotente; un varón virtuoso tiene una admirable visión. Había un niño que, exánime, estaba recostado en el pesebre; se acerca el santo de Dios y lo despierta como de un sopor de sueño. No carece esta visión de sentido, puesto que el niño Jesús, sepultado en el olvido en muchos corazones, resucitó por su gracia, por medio de su siervo Francisco, y su imagen quedó grabada en los corazones enamorados. Terminada la solemne vigilia, todos retornaron a su casa colmados de alegría.

Se conserva el heno colocado sobre el pesebre, para que, como el Señor multiplicó su santa misericordia, por su medio se curen jumentos y otros animales. Y así sucedió en efecto: muchos animales de la región circunvecina que sufrían diversas enfermedades, comiendo de este heno, curaron de sus dolencias. Más aún, mujeres con partos largos y dolorosos, colocando encima de ellas un poco de heno, dan a luz felizmente. Y lo mismo acaece con personas de ambos sexos: con tal medio obtienen la curación de diversos males.

El lugar del pesebre fue luego consagrado en templo del Señor: en honor del beatísimo padre Francisco se construyó sobre el pesebre un altar y se dedicó una iglesia, para que, donde en otro tiempo los animales pacieron el pienso de paja, allí coman los hombres de continuo, para salud de su alma y de su cuerpo, la carne del Cordero inmaculado e incontaminado, Jesucristo, Señor nuestro, quien se nos dio a sí mismo con sumo e inefable amor y que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo y es Dios eternamente glorioso por todos los siglos de los siglos. Amén. Aleluya. Aleluya.


PARA TI MI QUERIDO(A) AMIGO(A) DE ESTE MEDIO PERMÌTEME EXPRESARTE UN SALUDO FRANCISCANO DE PAZ Y BIEN POR ESTAS FIESTAS DE NAVIDAD. QUE EL NIÑO JESÚS DERRAME BENDICIONES EN TU FAMILIA. 
ATTE. TU AMIGO FR JULIO CH.



jueves, 8 de agosto de 2013

11 DE AGOSTO, FIESTA DE SANTA CLARA








Ésta es la alabanza de las criaturas que compuso
cuando el Señor le cercioró de su reino

120. Altísimo, omnipotente, buen Señor,

tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición.

A ti solo, Altísimo, corresponden,

y ningún hombre es digno de hacer de ti mención.

Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas,

especialmente el señor hermano sol,

el cual es día y por el cual nos alumbras.

Y él es bello y radiante con gran esplendor;

de ti, Altísimo, lleva significación.

Loado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas;

en el cielo las has formado luminosas y preciosas y bellas.

Loado seas, mi Señor, por el hermano viento,

y por el aire y el nublado y el sereno y todo tiempo,

por el cual a tus criaturas das sustento.

Loado seas, mi Señor, por la hermana agua,

la cual es muy útil y humilde y preciosa y casta.

Loado seas, mi Señor, por el hermano fuego,

por el cual alumbras la noche:

y él es bello y alegre y robusto y fuerte.

Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la madre tierra,

la cual nos sustenta y gobierna

y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas.

Loado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor

y soportan enfermedad y tribulación.

Bienaventurados aquellos que las sufren en paz,

pues por ti, Altísimo, coronados serán.

Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la muerte corporal,

de la cual ningún hombre viviente puede escapar.

¡Ay de aquellos que mueran en pecado mortal!

Bienaventurados aquellos a quienes encontrará en tu santísima voluntad,

pues la muerte segunda no les hará mal.

Load y bendecid a mi Señor y dadle gracias

y servidle con gran humildad.

lunes, 5 de agosto de 2013

SANTA CLARA SE ASIS





SANTA CLARA DE ASÍS

En el año 1193, cuando Clara abrió los ojos a la luz de este mundo, en el corazón de Asís, en la casa que su familia poseía desde antiguo en la plaza de San Rufino. Clara nació en el seno de una familia de la nobleza. La familia de Clara pertenecía a los hijos de Offrededuccio, su abuelo, a la sombra de San Rufino, era una de las más nobles y poderosas personalidades de la ciudad. Favarone, padre de Clara, Monaldo y Escipión, sus tíos, mantenían en muy alto el apellido de la familia. Favarone, noble y rico, se casó con Ortolana, que a su nobleza añadió dotes morales de caridad y piedad. Estos dos últimos fueron los padres de Clara. Del matrimonio de Favarone con Ortolana, nacieron otras dos hijas. Catalina y Beatriz. A la Primera, Francisco le cambiará el nombre por el de Inés, cuando más tarde se incorpore con Clara en el monasterio.

En relación al nacimiento de Clara, cuenta una leyenda que cuando Ortolana iba a dar a luz a Clara, oraba postrada ante un crucifijo, y mientras oraba se escuchó una voz que decía, “no temas mujer, porque darás a luz sana y salva, una luz que hará resplandecer con mayor claridad el mundo entero”. Estas palabras solía contárselas Ortolana a Clara y repetirlas después a sus compañeras de monasterio. Esta fue la razón por la cual Ortolana le puso a su primogénita de Favarone de Offreduccio el nombre de Clara en las fuentes bautismales.

La niña Clara creció a la sombra de su madre. Los primeros años de escuela, fueron las obras de piedad de Ortolana. De ella aprendió las primeras enseñanzas de la fe. También aprendió tras el ejemplo de su madre a privarse de los manjares más exquisitos para enviarlos a los necesitados por medio de Bona, una de las hijas de Guelfuccio.

Pocos años después del nacimiento de Clara, Ortolana dio a luz a una segunda hija, más conocida por el nombre de Inés, que le impuso San Francisco, que por el nombre de bautismo que fue, según parece, el de Catalina. Algunos años después, nació una tercera y última hija de Ortolana que se llamó Beatriz. Entre tanto, Clara ya tenía entre cuatro y cinco años. En 1202 y 1205, la familia Favarone se trasladó a Perusa tras la guerra que azotaba a Asís y Perusa. En Perusa, a la edad de 10 años, Clara encontró a Felipa. Allí también entabló conocimiento con otra niña llamada Bienvenida, que más tarde sería una de las primeras que vestirá al igual que Clara, el hábito de la penitencia.

En cuanto a la vocación de Clara, no es posible precisar el momento exacto de la misma. Pero, observando el comportamiento de Clara en la casa de los Favarone, podemos decir, que Dios se hizo presente en su alma, de un modo personal y preciso, bastante pronto. Y al decir de modo personal y preciso, se entiende que Clara se sintió llamada por el Señor a una vida consumida sólo por Él en oración y penitencia. Desde pequeña, Clara solía buscar la soledad. En la casa de los Favarone buscaba la quietud y por eso solía dormir en las habitaciones más apartadas, pues no quería ver, ni ser vista. Desde joven, Clara tenía necesidad de un silencio profundo, con el que sólo se escucha a Dios, ese Dios que se dirige al alma. Que esto sea cierto, lo demuestra la misma parentela de clara:

“Cuando se reúne la familia y se entabla animada conversación, Clara también participa en ella con viveza, pero su argumento es único; parece no saber hablar más que de Dios, de las cosas de Dios, porque no piensa más que en Él”.

Los que vivían cerca de Clara, como Bona y Pacífica de Guelfuccio,los que frecuentaban la casa de los Favarone, como el noble Hugolino de Pedro Girardone o como Raniero de Barnardo, no hacían más que admirarse de la dulzura de Clara; de su modo de sonreír, de la manera de hablar sólo de Dios; y de su fama de bondad que trascendía y se difundía por las calles de Asís. Por estas características en Asís, conocían a Clara los pobres, destinatarios de sus caridades, por manos de Bona; la conocían por su modestia, que siempre es distintivo de la pureza, la conocían los jóvenes que aspiraban a su mano e inútilmente alzaban los ojos hasta la ventana del palacio de la Plaza de San Rufino, para ver a Clara, pero sin esperar respuesta alguna de Clara, ya que Clara no pensaba en ningún momento en matrimoniarse con nadie, sin embargo, su padre no pensaba lo mismo que Clara.

Cuando Clara se aproximó a celebrar sus 17 años, era ya toda una mujer. Por lo cual, Clara, noble y rica, hermosa y buena, reunía todos los requisitos para ser esposa de cualquiera de los nobles señores de la ciudad, razón por la cual, Favarone padre de Clara inició algunas tentativas en este sentido, con el fin de matrimoniarla. Pero Clara rehusó oír de boda alguna. Solía responderle a su padre que sólo deseaba conservar su virginidad para el Señor. Sus padres le exhortaban a disuadir de ese intento. Pero Clara se obstinaba en su negativa. Rainero de Bernardo, hombre muy cercano a Clara, trató de convencerla para que obedeciera a sus padres, pero Clara con firme elocuencia siempre se mantuvo firme en su decisión de renuncia a los placeres del mundo.

En la primavera de 1211, Clara escuchó por vez primera predicar a Francisco en la Catedral de San Rufino, un elocuente discurso sobre la pobreza. A partir de este momento, Clara se sintió atraída por la propuesta de Francisco de vivir libre para Dios. El Domingo de Ramos, 28 de marzo del mismo año, Clara y Francisco planearon su huida de del palacio paterno, y la noche de ese mismo día, Clara fue recibida por Francisco y un grupo de Frailes en la iglesita de la Porciúncula. Allí, con velas encendidas, recibieron a Clara, y Clara por manos de Francisco hizo su consagración total a Dios, renunciando a las vanidades del mundo. Como señal de renuncia, Francisco le cortó la cabellera, la cual significaba su renuncia a la realeza y el estatus de la familia de los Favarone, a la que pertenecía Clara. Con este signo, Clara también renunció no sólo a sus bienes materiales, sino también a su familia.

A partir de este momento, la familia Favarone al enterarse de la fuga de Clara, iniciaron su búsqueda por toda la región de Asís. Pero, Francisco, apresurándose a la reacción de la familia Favarone, llevó a Clara a un monasterio de monjas Benedictinas, llamado monasterio de San Pablo, situado en las proximidades de la actual Bastia, no lejos de Asís, porque en ese tiempo, los monasterios gozaban de un privilegio de la Santa Sede, que consistía en el “derecho de asilo”, que penalizaba cualquier tipo de violencia en los lugares sagrados con pena de excomunión. Al poco tiempo, Francisco junto con el hermano Felipe y Bernardo, trasladaron a Clara del monasterio de San Pablo a otro monasterio benedictino de Santo Angelo de Panzo, con la finalidad de evitar alguna embestida más por parte de sus parientes. De este monasterio Francisco traslada a Clara a la iglesita de San Damián, el lugar que servirá de monasterio a Clara y que más tarde se convertiría en el santuario de la pobreza para Clara y sus seguidoras.

Al poco tiempo de la entrada de Clara en San Damián se le unieron a ella Pacífica, la amiga de Clara que frecuentó en su casa paterna y Bienvenida de Perusa. Poco tiempo después se unió a ellas Balbina de Martino y al año siguiente Felipa, la hija de Leonardo de Gislerio. Todas ellas, a ejemplo de Clara, al entrar en San Damián prometían obediencia a Francisco, que por su parte, tomó a su cuidado a la pequeña comunidad de damas pobres, y al cabo de un tiempo en el que probó a cada una su valor, les escribió una regla qué observar. Más tarde, se unió a Clara y al pequeño grupo, su hermana Catalina, a quien Francisco le cambió el nombre por el de Inés, en señal de renuncia al mundo, y posteriormente le sigue también su hermana Beatriz.

Por obediencia a San Francisco, Clara aceptó el cargo de Abadesa tres años después de su ingreso a San Damián. Este oficio lo desempeñó hasta su muerte. Clara durante toda su vida se caracterizó por su gran humildad, caridad, fortaleza, pobreza, mortificación, y alto sentido de obediencia y contemplación. Clara, en muchas ocasiones lograba aventajar en ayunos a Francisco. Si Francisco era una persona demasiado extremista en la penitencia, Clara era más. Por ello, algunas veces Francisco por obediencia obligó a Clara algunas veces a mitigar sus ayunos y penitencias.



Virtudes de Santa Clara

Humildad

Cuanto más alto era el oficio que por obediencia se le encomendaba, tanto más se consideraba inferior a todas, se sentía verdaderamente menor, al igual que Francisco. Se reservaba para sí todos los qué haceres más humildes de la comunidad, consideraba un honor servir a las hermanas externas cuando regresaban al monasterio. No era raro que las monjas vieran a su abadesa inclinarse o estampar un beso en los pies de las hermanas.

Caridad

Durante las noches del frío invierno en Asís, cuando el cierzo hacía estremecer los batientes y penetraba por todos los orificios, había una mano siempre dispuesta a arropar a sus hijas durante el sueño, para que no pasaran frío. Clara, solía ser muy rigurosa consigo misma en la observancia del ayuno y la penitencia, pero pedía cautela en aquellas de sus hijas que no eran capaces de soportar el rigor mayor, y su mirada era siempre vigilante para percibir en ellas el menor signo de abatimiento, de desaliento, de tribulación o de tentación. En esos casos, solía llamar a aparte a la hermana atribulada y abatida y solía consolarla con todo género de palabras que la caridad ponía en sus labios; y cuando sus palabras de consuelo parecían ser no suficientes para calmar la ansiedad, a las palabras seguían sus lágrimas.

Tal era su caridad que si alguna vez encontraba dureza en el corazón de alguna de sus hijas, se echaba a sus pies, y con las palabras más dulces, con los gestos más maternales, la llevaba suavemente por el camino de la reflexión. No era suficiente para ella que sus hijas estuvieran en paz con Dios, ya que ni siquiera podía verlas padecer físicamente. Y cuando así las veía, levantaba compasiva la mano, para trazar el signo de la cruz sobre la enfermedad que pronto desaparecía.

Mortificación

Clara se contentaba con tener una sola túnica de paño burdo, de lana vulgar, tejido en casa, como lo usaban los campesinos umbros, se ceñía bajo esa túnica ásperos cilicios, a escondidas de las monjas, para no ser advertidas por ellas. Sor Bienvenida de Perusa cuenta que “Clara se hizo confeccionar una prenda con piel de cerdo, y la llevaba con los pelos y las cerdas rapadas vueltas hacia la carne… Del mismo modo se hizo confeccionar otro vestido de pelos de cola de caballo, y haciéndose después unos cordeles con éstos, se ceñía el cuerpo. Sor Inés de Oportulo, deseosa de imitar la vida de penitencia de Clara, logró conseguir de ella uno de esos cilicios. Una vez obtenido, sólo logró aguantarlo por tres días, al cabo de los cuales, se lo devolvió a Clara. De noche, solía reposar en el suelo y una piedra de río sustituía a su almohada. Cuando su cuerpo comenzaba a debilitarse demasiado, extendía en el suelo una esterilla y usaba para cabecera un poco de paja. A menudo, solía practicar ayunos extraordinarios.

En la tercera carta a la Beata Inés de Praga que le había hecho algunas preguntas respecto al ayuno escribía: “Más nuestra carne no es de bronce, ni nuestra fortaleza es de piedra; sino que somos por naturaleza frágiles, y fáciles de toda flaqueza corporal. Digo esto porque te he oído que te has propuesto un indiscreto rigor en la abstinencia, por encima de tus fuerzas. Carísima, te ruego y te suplico en el Señor que desistas de él sabia y discretamente, y así, conservando la vida, podrás alabar al Señor y ofrecerle un obsequio espiritual y tu sacrificio condimentado con la sal de la prudencia”[1]

Estos eran los consejos de moderación que Clara daba a una de sus seguidoras. Pero ella estaba muy lejos de seguirlos, ya que de Clara, se puede decir lo mismo que Fr. Tomás de Celano solía decir de San Francisco; que en la única cosa que hubo discordancia entre las palabras y hechos del santo, fue en lo relativo a los ayunos y penitencias. Mientras invitaba a la discreción, su modo de obrar estaba marcado por la más austera penitencia. Lo mismo ocurría con Clara.

Dice Sor Balbina de Martino que Clara por mucho tiempo no tomaba alimento alguno, sobre todo los lunes, miércoles y viernes. Durante la cuaresma mayor, que precede a la Pascua, y en la llamada San Martín, como preparación a la Navidad, se alimentaba de pan y agua, excepto el domingo que se concedía un poco de vino, si lo tenía. Así, a días de tan completa abstinencia, seguían días de ayuno a pan y agua.

 Obediencia

Los ayunos y penitencias a los que se entregaba Clara, perjudicaban gravemente su salud, especialmente aquella abstinencia completa de alimentos durante tres días a la semana. Por este motivo intervinieron Francisco y el Obispo de Asís, imponiéndole por obediencia tomar en esos tres días al menos una onza y media de pan. Clara obedeció.

La forma de vida de Santa Clara

En 1212, Clara y sus hermanas, toman como Regla de vida la Regla benedictina. En 1219, Clara, deseosa de conservar los ideales de Francisco y su gran voto de pobreza, decide redactar su propia Regla de vida, la cual emprende, asesorada por el Cardenal Hugolino. En 1226, muere Francisco. Pero, la Regla dada por el Cardenal Hugolino, no llenaba las expectativas de Clara y sus hermanas. Por ello, en cuanto vieron que la forma de vida que les había escrito Francisco corría el peligro de desvanecerse, en 1228, Clara se apresuró a ir ante la presencia del Papa Gregorio IX, para que les confirmara el “privilegio de la pobreza”, privilegio que había sido otorgado por el Papa Inocencio III, en 1216. De este modo, su forma de vida en absoluta pobreza, se mantuvo a salvo.

Tras muchas luchas para conseguir la aprobación de su Regla, Clara redactó por su puño y letra su propia Regla o forma de vida, adecuada al querer de Francisco, y fundamentado en el deseo de las damas pobres. El 6 de agosto de 1247, Clara logró que su nueva forma de vida fuera aceptada por el Papa Inocencio IV. Cabe señalar que para este tiempo, se había dado un decreto en la Iglesia por el IV Concilio de Letrán, donde se había prohibido que se hicieran nuevas reglas para las nuevas órdenes religiosas. Dicho decreto ordenaba que las nuevas órdenes religiosas debían adoptar, alguna de las reglas aprobadas antes del Concilio. Pero, Clara logró la aceptación de su Regla, porque su forma de vida estaba fundamentada en la Regla de los Hermanos Menores, aprobada en 1223. La Regla de las damas Pobres constaba de 12 capítulos, al igual que la Regla de los Hermanos Menores.

En 1252, el Cardenal Reinaldo visita a Clara y a nombre del Papa, aprueba la Regla que Clara había escrito. El 9 de agosto de 1253, el Papa Inocencio IV, aprueba definitivamente con bula en mano la Regla de Santa Clara.

Muerte de Santa Clara y su canonización

El día 11 de agosto de ese mismo año, muere Clara, con la Regla aprobada en sus manos, a los 60 años de edad y 41 de religiosa. Su cuerpo fue sepultado en la iglesia de San Jorge. En esas mismas fechas, el Papa Inocencio IV, encarga a Bartolomé de Espoleto la investigación de la vida y milagros de Clara. Del 24 al 29 de noviembre de ese mismo año, se lleva a cabo en San Damián, el proceso de canonización de la hermana Clara.

El día 15 de agosto de 1255, en la Catedral de Agnani, se llevó a cabo de manera solemnísima la canonización de Santa Clara de Asís, por el Papa Alejandro IV. En ese mismo año, Fr. Tomás de Celano escribió por encargo del Papa Alejandro IV, la legenda Sanctae Clarae Virginis. El 3 de octubre de 1260, se realizó la traslación del cuerpo de Santa Clara de la iglesia de San Jorge a la Basílica construida en su honor, situada junto a la misma iglesia de San Jorge. Hasta la fecha, el cuerpo de Santa Clara permanece incorrupto.

Milagros de Santa Clara: La Eucaristía ante los sarracenos

En 1241, los sarracenos atacaron la ciudad de Asís. Cuando se acercaban a atacar el convento que está en la falda de la loma, en el exterior de las murallas de Asís, las monjas se fueron a rezar muy asustadas y Santa Clara que era extraordinariamente devota al Santísimo Sacramento, tomó en sus manos la custodia con la hostia consagrada y se les enfrentó a los atacantes. Ellos experimentaron en ese momento tan terrible oleada de terror que huyeron despavoridos.

En otra ocasión los enemigos atacaban a la ciudad de Asís y querían destruirla. Santa Clara y sus monjas oraron con fe ante el Santísimo Sacramento y los atacantes se retiraron sin saber por qué.

El milagro de la multiplicación de los panes

Cuando solo tenían un pan para que comieran cincuenta hermanas, Santa Clara lo bendijo y, rezando todas un Padre Nuestro, partió el pan y envió la mitad a los hermanos menores y la otra mitad se la repartió a las hermanas. Aquel pan se multiplicó, dando a basto para que todas comieran. Santa Clara dijo: "Aquel que multiplica el pan en la Eucaristía, el gran misterio de fe, ¿acaso le faltará poder para abastecer de pan a sus esposas pobres?"

En una de las visitas del Papa al Convento, dándose las doce del día, Santa Clara invita a comer al Santo Padre pero el Papa no accedió. Entonces ella le pide que por favor bendiga los panes para que queden de recuerdo, pero el Papa respondió: "quiero que seas tú la que bendigas estos panes". Santa Clara le dice que sería como un irrespeto muy grande de su parte hacer eso delante del Vicario de Cristo. El Papa, entonces, le ordena bajo el voto de obediencia que haga la señal de la Cruz. Ella bendijo los panes haciéndole la señal de la Cruz y al instante quedó la Cruz impresa sobre todos los panes.

Larga agonía

Santa Clara estuvo enferma 27 años en el convento de San Damián soportando todos los sufrimientos de su enfermedad con paciencia heroica. En su lecho bordaba, hacía costuras y oraba sin cesar. El Sumo Pontífice la visitó dos veces y exclamó "Ojalá yo tuviera tan poquita necesidad de ser perdonado como la que tiene esta santa monjita".

Curación a sus hermanas

Con la simple señal de la cruz, curó a Sor Bienvenida de madona Diambra, de una llaga purulenta en el brazo y a Sor Amata, inmóvil hacía trece meses a causa de hidropesía y tan hinchada que no podía reclinar la cabeza; a Sor Andrea de Ferrara y a Sor Cristina, sorda hacía algunos años, y a Sor Bienvenida de Perusa, que había perdido por completo la voz. Y a muchas otras hermanas más que en el transcurso de los años desde el ingreso de Santa Clara a San Damián fueron curadas mediante ella, por Dios.

Cardenales y obispos iban a visitarla y a pedirle sus consejos.

San Francisco ya había muerto pero tres de los discípulos preferidos del santo, Fray Junípero, Fray Angel y Fray León, le leyeron a Clara la Pasión de Jesús mientras ella agonizaba. La santa repetía: "Desde que me dediqué a pensar y meditar en la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, ya los dolores y sufrimientos no me desaniman sino que me consuelan".